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Estereotipos gay (que debemos desterrar)

Hoy vamos a hablar de los estereotipos, amigas, es decir, de la percepción exagerada y simplificada que se tiene sobre una persona o grupo de personas que comparten ciertas características, cualidades y/o habilidades.
Los estereotipos están basados en prejuicios que para bien o para mal generalizan las características o habilidades de un conjunto de personas. En este caso la comunidad gay, tías.
Aquí os dejo algunos estereotipos sobre nuestra comunidad, amigas, no están todos los que son, pero son todos los que están.

Los maricas somos todos guapos, musculosos y sabemos combinar los millones de colores que conocemos.

Cualquiera que asegure que todos los maricas somos guapísimos, musculosos y que tenemos un extraordinario sentido de la moda basado en el superpoder de conocer los millones de tipos de colores que existen en el mundo, nunca se ha dado una vuelta por el ambiente, amigas.

Somos un colectivo formado por millones de personas, cada uno de su padre y de su madre, con todas las posibilidades genéticas que eso supone, vamos que lo mismo te cruzas con Jon Kortajarena que con Pozí, ambas igualmente maricas e igualmente únicas en su particular estilo, nenas.

Sí, tías, los maricas soñamos con cuerpos musculosos, lo mismo que los heterosexuales soñáis con sumermodelos de cuerpos de infarto, pero ni nosotras estamos todas cachas, ni vuestras novias desfilan para Victoria Secret. La vida no es un capítulo de “Mujeres y hombres y biceps y berzas”, gracias a Dior y Miuccia Prada, amigas.

Y aunque haya una mayoritaria representación de mariquitas estilosas trabajando de dependientas en el Zara, no todas controlamos las últimas tendencias de moda, ni sabemos combinar los colores, de hecho, si os dais un paseo por el ambiente, es probable que descubráis mariquitas daltónicas cuya combinación de colores pueda provocar ataques epilépticos a incautos paseantes.

Los maricas somos afeminadas y las bolleras unas machorras.

En el acervo popular las mariquitas nos caracterizamos por nuestra mirada en cascada, nuestro relajamiento de cúbito y nuestra marcha carnavalesca; mientras que las bolleras son “señoros” con camisas de cuadros que lo mismo empuñan una motosierra que desforestan La Arboleda a hachazos.

Nada más lejos de la realidad tontas de los cojones, que sois mas simples que el “tragabolas”. Supongo que estas categorizaciones provienen de la homofobia patriarcal que ante el miedo a que una mariquita o una bollera se cruce con vosotros por la calle y os contagie su condición, crea un perfil estereotipado que identifique al colectivo y así os sentís más protegidos ante nuestro acecho.

Y no, somos tan variadas como la inmensa paleta de colores que creéis que conocemos y sabemos combinar, amigas heterosexuales. Sin embargo podéis estar tranquilas, todos y todas, desgraciadamente lo nuestro no es contagioso, ya me gustaría a mi que fuera como el “coronavirus” nenas, me iba a pasar el día escupiendo a niñatos heterosexuales en el gimnasio.

¿Quién hace de hombre y quién de mujer?

¿A qué marica o bollera no le han preguntado ésto alguna vez?… Podríamos decir que éste es el colmo de los prejuicios patriarcales.

Algunos heterosexuales, incapaces de asumir nuestra sexualidad, intentan trasladar los prejuicios que configuran su sexualidad a la nuestra. Parten del error de creer que una mujer y un hombre se comportan según un único rol en la cama, y trasladan ese prejuicio a nuestras relaciones sexuales.

Desde el punto de vista patriarcal la mujer es sumisa y recibe, mientras que el hombre es activo y da, así, en un polvo entre dos hombre el activo es el hombre y el pasivo la mujer; pero como todas sabemos, en la cama las posibilidades son infinitas, amigas, ellos creen que un polvo es simple aritmética, nosotras sabemos que un polvo es física cuántica. La lógica judeocristiana naufraga en el momento en el que la ropa cae y las luces se apagan.

Somos unos depredadores sexuales.

Esos heterosexuales que entran en un garito gay por primera vez y no despegan el culo de la pared por miedo a que nos los follemos siempre me han producido mucha ternura. Pobres ilusos.

Parten de la creencia popular de que los maricas no tenemos pollas, si no un percutor infalible; que tampoco tenemos criterio, que nos follamos todo lo que se menea, aunque sea un cuadro abstracto de feo el jodido; que somos unos depredadores sexuales y actuamos como ellos actuarían, que se cree el ladrón que todos somos de su condición.

Queridos amigos heterosexuales que acudís por primera vez a un local gay, despegad el culo de la pared y disfrutad de la noche, que nadie va a haceros nada que vosotros no demandéis. Somos una comunidad, no una manada.

Los maricas somos muy promiscuas.

No digo yo que no tengáis razón en este punto, amigas heterosexuales con el culo apoyado contra la pared, lo que discuto es el sujeto de esa promiscuidad. Los maricas no somos promiscuas por el hecho de ser maricas, probablemente lo somos porque somos hombres, hombres como vosotros pero sin el culo apoyado contra la pared, tías.

En diciembre de 2019 eramos más de 8.100 millones de habitantes en el planeta tierra. Si hacemos caso a la estadística especulativa y admitimos que el 10% de la población pertenece al colectivo LGTBI, somo más de 810 millones, amigas, y cada uno de esos 810 millones un puto universo en sí mismo. Así que hacedme el favor de coger vuestros prejuicios, escribirlos en un papel y limpiaros el culo con él. Procurad, eso sí, que el papel que elijáis sea blando y esponjoso, a poder ser de doble capa, no vayan vuestros prejuicios a dejaros el culo hecho un cisco, amigas.

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